Rincones de Bucarest que no deberías perderte


¿Unas horas o unos días en Bucarest? Bucarest no es ni mucho menos la ciudad más bonita de Rumanía. Ceausescu y su megalomanía, los terremotos, las guerras y la especulación urbanística han sido letales para su casco antiguo y su urbanismo, aún así hay rincones que no deberías perderte:

Busto de Vlad Tepes


-Lispcani y el centro peatonal. Por la noche zona de copas, pubs y modernos clubs donde bailar y tomar una copa, tomar algo en una terraza. Por el día, un lugar donde comer algo y pasear por calles peatonales llenos de edificios históricos. En esta zona no dejar de visitar la Iglesia Stavropoleos. Y tomar una cerveza de la casa en la histórica cervecería “Caru´ cu bere” o asomarse a los restos del que fue el palacio del terrible Vlad Tepes, la “Curtea Veche” (hoy solo unas pocas piedras y una bodega vacía, pero podrá hacerse unas fotos con el busto del principe que aterró a media europa).
Interior del "Caru Cu Bere"

El "Ateneo"
 -El Ateneo y la zona del Palacio Real. En torno al Palacio Real (hoy Museo Nacional de Arte, una visita interesante para los amantes de la pintura), el bello edificio del  “Ateneo Rumano”, la Biblioteca Centrala Universitara y dos edificios comunistas muy significativos: la antigua sede de la policía política, la terrible Securitate (sus muros conservan las huellas de los días de la revolución del 89) y la sede del Comité Central del Partido Comunista Rumano (hoy edificio Ministerial) de donde escapó Ceausescu en helicóptero después de su último discurso. Justo enfrente una de las muchas iglesias hermosas de la Capital: la iglesia Kretzulescu. Entre uno y otro el monumento a los mártires de la resulta de 1989 (llamado por los Bucarestinos más burlones, “la patata empalada”)


La "iglesia rusa"
-La Iglesia Rusa, de San Nicolás o de los estudiantes. Se encuentra frente a la sede principal de la Universidad de Bucarest, se trata de una iglesia al estilo típico ortodoxo ruso, financiada por el Zar de Rusia. Recientemente restaurada, sus cúpulas la dan un aspecto único e inconfundible. Su interior merece una visita.

-El Palacio del Parlamento (antes llamado “del pueblo”). Uno de los edificios más grandes del mundo (algunos dicen que el más grande tras el Pentágono). Miles de salas y despacho, varios museos, la sede del Parlamento, del Senado, sede de congresos y convenciones, una inmensa mole construida por el antiguo dictador para tener más controlados a toda la administración. Se puede visitar y ver una panorámica de la ciudad desde una de sus azoteas.

El enorme Palacio del Palamento

 -El patriarcado. El “Vaticano rumano”, es decir, la sede del Patriarca ortodoxo rumano, una iglesia en el alto de una colina, con un palacio que fue el senado. Tanto al Palacio del Parlamento como el patriarcado no quedan lejos de la bulliciosa “Piata Unirii” (Plaza de la Unidad).

El "Hanul" en invierno
-Hanul lui Manuc. Junto a la “Piata Unirii” no hay que dejar de visitar uno de los pocos caravasares que quedan en pié en Europa. Aquí llegaban los comerciantes de oriente que acudían a vender las sedas y otros productos a los europeos. Hoy es un complejo hostelero, merece la pena asomarse a su patio e imaginar sus galerías de maderas llenas de mercaderes otomanos.

El parque Cismigiu
 
-Parques. A los Bucarestinos les encantan los parques, seguramente esta ciudad es una de las ciudades Europeas con más zonas verdes. Recomendamos especialmente dos: Cismigiu y Herastrau. Con alquiler de barcas, bares, terrazas, lagos artificiales y uno de las "costumbres" de las instituciones y el pueblo rumanos: estatuas y monumentos dedicados a miles de personalidades y acontecimientos, todo el que "ha sido algo" tiene un monumento dedicado en Rumanía.
 

-¿Museos? Bucarest tiene unos cuantos museos que harán las delicias de los amantes de la cultura y el arte. Nuestra recomendación: el Museo del Campesino Rumano (Muzeul Taranului), un moderno museo de antropología sobre las costumbres rurales rumanas; el Museo de la Aldea (Muzeul Satului), un centenar de típicas casas rurales traídas de todos los rincones de Rumanía. Museo de Historia (Muzeul Nacional de Istorie) con una reproducción a tamaño natural de la Columna de Trajano, que narra la conquista del emperador para añadir estas tierras al imperio romano y el señora nacional: un conjunto de piezas de oro y plata de carácter histórico, piezas prerromanas, romanas, coronas de reyes, etc.

Museo del Campesino Rumano
Y sobre todo recomendamos pasear toda la ciudad: por desgracia Bucarest no es una ciudad fácil de visitar, con un casco antiguo localizado y uniforme, sino una urbe con rincones muy bonitos, que nos recuerdan cuando a Bucarest se la llamaba “la París del Este”, pero salpicados y rodeados por una maraña de coches y edificios, muchas veces con un mantenimiento deficiente y una estética cuestionable. No serán pocas las ocasiones que tras una enorme mole comunista de cemento, de fachada ennegrecida, se accede (a veces a través del patio de esa mole) a una hermosa iglesia neobizantina de varios siglos de antigüedad.

Y si tienemos algo más de tiempo, no podemos olvidar a unas horas de Bucarest: ciudades medievales, iglesias-fortificadas, el Danubio, monasterios fascinantes, castillos, los Cárpatos...

Una tradición milenaria: los huevos pintados de Pascua

Aunque es posible encontrar hermosos huevos pintados durante todo el año, realmente es una tradición propia de la semana santa (y por cierto, este año, la Pascua ortodoxa es aproximadamente un mes después de la católica). Su origen es, sin duda, anterior al cristianismo (ya en un vaso etrusco 700 años anterior a cristo aparece representado un huevo pintado) y existe el huevo como símbolo religioso en varias religiones (en el hinduismo, en la China antigua, en Egipto, en Grecia, en Persia…).

El cristianismo lo convirtió en símbolo de la Resurrección de Jesucristo, representa el sepulcro sellado que va a abrirse el domingo de resurrección.

No solo es característico de Rumanía, también lo es de otros países del Este de Europa, de la tradición judía e incluso de países como Egipto o Japón. Incluso dentro de rumanía existen distintas tradiciones o formas de decorarlo según la región.

El arte de pintarlos

Pero ¿cuándo se comenzó a pintar los huevos? Seguramente está relacionado con que en la edad media la iglesia prohibió el consumo de huevos en cuaresma, por ello, se comenzó a cocerlos y pintarlos para diferenciarlos de los frescos. Al llegar la pascua los huevos pintados formaban parte del festín. En la época moderna, con el auge del turismo, se tomó conciencia de su posible comercialización como recuerdo y/o auténtica obra de arte en miniatura.

Pintar huevos no es nada sencillo, es una trabajo de verdaderos artesanos, primero hay que vaciarlos y tratarlos (pues de lo contrario se estropearían), tras un tiempo, se pintan con unas agujas que se emplean como finísimos pinceles. Los dibujos, muchas veces impresionantes filigranas, se hacen en diversas etapas, turnando el uso de los colores. Un buen artesano solamente utilizará colores naturales y cera de abeja.

La tradición actual

Naturalmente en las casas no suele pintarse los huevos como los vemos en las tiendas de souvenirs, eso es trabajo de profesionales. Los rumanos, en sus casas, no vacían los huevos (pues la tradición obliga a comérselos, no a guardarlos de recuerdo), los cuecen y los tiñen con colorantes alimentarios, que esos días inundan las tiendas y supermercados.

En la celebración de la Pascua, los huevos se llevan a la iglesia, donde son bendecidos, y tras la ceremonia ya pueden ser consumidos. En muchas zonas del país los fieles chocaban los huevos mientas repetían la formula “Hristos a Inviat” (Cristo ha resucitado) a lo que el otro responde mientras choca su huevo “Adevarat a Inviat” (verdaderamente ha resucitado), esa formula también es el saludo tradicional desde la pascua hasta Pentecostés.

A veces se dice que quién rompe su huevo al primer choque tendrá suerte ese año, en otros lugares se dice justo al revés, que quién no lo rompe tendrá suerte. Sea como fuere, es una tradición que nos deja miles de pequeñas obras de arte, tan frágiles como un huevo de gallina.

El Delta del Danubio, un trozo del paraíso en la tierra

Si hay un lugar en Rumanía que un amante de la naturaleza debe visitar, ese es el Delta del Danubio. Declarado por la Unesco Reserva de la Biosfera.

El Delta son más de 5.000 km2 (aunque no toda la extensión se incluye en la zona declarada por la UNESCO, y una pequeña parte no es rumana, sino que pertenece a la vecina Ucrania). Al menos en lo que a Rumanía se refiere, la mayoría de esta extensión es visitable para el turista o el viajero (algunas zonas, solo esta abierta para investigadores científicos). El que decida acercarse podrá conocer no solo una fauna y flora fascinante, sino a alguno de los grupos humanos más curiosos de Europa, vamos por partes.

Miles de plantas, pájaros, peces
Algunos expertos dicen que el 98% de la fauna acuática europea tiene presencia en el Delta, ciertamente no es necesario ser biólogo para descubrir miles de especies vegetales y animales, y tener conciencia de estar en un lugar muy especial. 
Cualquier visita al Delta significa la oportunidad de ver una fauna espectacular
Con una pequeña excursión, de varias horas, en uno de los muchísimos barcos que alquilan y guían las pequeñas empresas locales o los propios pescadores, se pueden fácilmente ver todo tipo de garzas, cormoranes, espátulas, docenas de tipos de águilas, halcones e incluso acercarse a grupos de pelícanos, que abundan a millares en estas aguas. En cuanto a los que no son aves (ciertamente mucho más difíciles de ver fuera de alguno de los museos de la zona) la lista es inmensa (lobos, zorros, jabalíes, mapaches…), e impresiona la presencia en ella del gato montés, el visón, e incluso la foca monje. 

En cuanto a los peces, que tienen una presencia fundamental en las cocinas del delta (carpas, percas…), llama la atención el esturión, de donde se obtiene el caviar.
Los pelícanos son una de las especies más populares del Delta

Y que decir de una vegetación que invade todo, la tierra y el agua: desde robles, sauces, fresnos, olmos, álamos a nenúfares de todos los tipos, pasando por una de las mayores concentraciones de juncos del mundo. Un vistazo a cualquier libro especializado nos dejara con la boca abierta.

Tulcea la puerta del Delta
Tulcea, ciudad cuyo origen se remonta al siglo VIII A.C., es la principal ciudad en la zona, y por ello el punto de partida habitual de aquel que quiere conocer el Delta. En su puerto se amontonan las embarcaciones para el turista (ideal para el que solo dispone de un día o unas horas) y los barcos para llegar a los pueblos de la zona. Por ejemplo los barcos que parten a Sulina, que pueden tardar de 4 horas a hora y media, dependiendo del tipo de barco y del precio (es muy importante tener en cuenta que excepto en algunas semanas de verano son transportes con horarios pensados para los lugareños, no para los turistas, lo que puede obligarnos ha hacer noche en el destino). 

No es raro ver pasar por allí barcos que pueden venir de cualquier lugar del mundo, incluso cruceros fluviales que van de Alemania a la desembocadura del Danubio.
El Danubio a su paso por Tulcea
Tulcea tiene varios pequeños museos, uno de ellos habla del Delta y cuenta con un acuario con las principales especies acuáticas. Desde lo alto del monumento de la Guerra de Independencia se observa una panorámica completa del puerto y se ven a lo lejos lo que fueron unos magníficos astilleros, en una ciudad que conoció tiempos mejores. Los más avispados adivinarán entre los tejados templos de al menos cuatro religiones distintas, lo que es una constante en el Delta.


Los tres brazos del Delta
El Delta tiene miles de lagos, zonas pantanosas, arroyos, riachuelos, etc. Sus principales canales navegables, que delimitan las distintas zonas, son tres: Chilia, Sulina y San Jorge.

El primero, el de Chilia, tiene poco más de 100 kilómetros y es fronterizo con Ucrania y es la menos visitada, de hecho, hay parte que solo es accesible a científicos. En esta zona está el denominado Bosque de Letea, lugar de altísimo valor ecológico, poblado por interesantes especies vegetales autóctonas.


Típicas casas de pueblos de pescadores 
El segundo (o central), el brazo de Sulina, el más transitado, tiene unos 70 kilómetros entre Tulcea y su desembocadura en el Mar Negro en Sulina. Varios barcos de distinta velocidad recorren a diario la distancia entre las dos poblaciones, pues los pueblos a la orilla de los canales solo son accesibles por el agua, como es el caso de “Milla 23”, antiguo refugio de escritores y bohemios.

La población de Sulina, bien merece una visita, su faro y el palacio de la “Comisión Europea del Danubio” nos recuerdan la importancia internacional que llegó a atener aquel pueblo-puerto, hoy convertido en apacible lugar de playa y descanso. Su cementerio también merece una visita, pues en este mundo no es muy frecuente encontrar enterrados en un mismo cementerios a anglicanos, católicos, ortodoxos de rito antiguo, otros ortodoxos (rumanos, búlgaros, griegos), musulmanes, y judíos. Un reflejo de los que pasaron o vivieron por este rincón del mundo. 

Plato de especialidades lipovenas del Delta
El tercero, el de San Jorge, tiene algo más del centenar de kilómetros. En sus riberas restos de fortalezas dacias, romanas y bizantinas nos revelan que es el brazo más antiguo. Esta zona y sobre todo el amplio espacio pre-déltico al sur del Delta, es parcialmente accesible por carretera, merece la pena acercarse a algunas de sus pequeñas poblaciones de pescadores, todavía no demasiado acostumbradas a los visitantes, pero enormemente amables.



La interesantísima “fauna” humana 
El cementerio de Sulina, del que acabamos de hablar, nos da la pista de que la zona del Delta esconde también tesoros que no vienen en las guías y que no es fácil que un rumano sea consciente de ellos. En el Delta hay alguno de los grupos de población más curiosos de esta parte de Europa. Detengámonos al menos en uno: los rusos lipovenos.


Rótulo del Ayuntamiento de
Jurilovca en rumano y ruso
Este grupo de población desciende de rusos que huyeron de Rusia durante el siglo XVIII, pues eran perseguidos por no haber aceptado una reforma de la iglesia ortodoxa rusa. Hoy viven en toda esta zona, su oficio tradicional es la pesca, continúan practicando la religión por la que huyeron de Rusia (son conocidos también como “Ortodoxos de Rito Antiguo”), hablan una variante propia del ruso, y conservan muchas de sus costumbres ancestrales. En aquellas poblaciones donde hay un porcentaje significativo (en algunos pueblos, la gran mayoría de la población es lipovena) el ruso lipoveno es cooficial y pueden verse en ambos idiomas todos los carteles públicos en pueblos como Jurilovca (solo su nombre ya es significativo).

Puerto pesquero de Jurilovca
Y no solo esta minoría tiene presencia en el Delta, también hay una importante presencia de rumanos de origen turco, que conservan desde hace siglos su idioma (actualmente un dialecto del turco) y que continúan siendo musulmanes. Merece la pena hacer una visita a Babadag (nombre claramente significativo, como el cercano Mahmudia) y su mezquita, también frecuentada por comunidades de gitanos musulmanes.
Mezquita de Babadag
Y si nos fijamos en las iglesias y en los apellidos de muchos rumanos de esta esquina del mundo, encontraremos a algunas otras minorías de las que debería presumir Rumanía, pues constituyen un riqueza étnica y cultural sin igual en Europa, un verdadero microcosmos social y cultural: griegos, búlgaros, judíos, armenios, macedonios, gitanos, italianos, tártaros… 

Para saber más: