Pues bien, para visitar uno de los palacios del que existe certeza de la presencia del sanguinario Tepes no hace falta salir de Bucarest, basta con acercarse al centro de la ciudad a la “Curtea Veche”, en la zona de Lipscani, muy cerca de Hanul Manuc y de
Curtea Veche, que no significa otra cosa que “Corte Vieja”, son los restos del palacio que en el segundo tercio del siglo XV mandó construir el Príncipe (Domnitor) de Valaquia Vlad Tepes. Gran parte de las ruinas son restos de ampliaciones de épocas posteriores, dejaron también sus huellas en el edificio otros grandes nombres de la historia rumana como Matei Basarab,Cantacuzino, Constantin Brancoveanu, etc. Con lo que un pequeño palacio de unos
La desidia de posteriores gobernantes sumado a guerras, terremotos e inundaciones (téngase en cuenta que el río Dâmboviţa pasa a escasos metros de allí) terminó por convertir el palacio en un puñado de ruinas a merced de saqueadores y un foco marginal, mientras que los dirigentes rumanos construyeron y habitaron otros palacios de la ciudad.
Lo que queda hoy
La visita actual se limita a unas pocas salas subterráneas, que a más de uno le harán venir a la cabeza mazmorras e historias de vampiros. Constituyendo un magnífico y desaprovechadísimo espacio museístico. Aunque unas cuantas columnas de la época y un busto de Vlad con mirada desafiante siempre pueden ser una buena foto para el turista sediento de imágenes “draculianas”.
Para entrar al recinto es necesario sacar una entrada, si bien, dado el estado de las ruinas, que esperan tiempos mejores, la visita aportará poco a lo que puede verse desde el exterior del recinto.
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